Hay hechos que todos los seres humanos deberíamos conocer. Desafortunadamente no es así. De lo contrario, la historia de la humanidad sería otra. Siempre es bueno informarse sobre culturas que nos son completamente ajenas. Barbara Demick ofrece en su libro Querido líder (Ediciones Península, 2021), que terminó de escribir en el 2006, una visión sobre la vida en Corea del Norte. Una investigación periodística que realizó cuando trabajaba para el periódico Los Angeles Times en Seúl y pudo recoger el testimonio de un grupo de refugiados norcoreanos. La mayoría eran de la ciudad de Chongjin. Esta información se vio complementada al poder acceder, en calidad de corresponsal, a Corea del Norte.

La división territorial, entre norte y sur, de la península de Corea, estuvo condicionada por los intereses de las grandes potencias mundiales. Esa partición marcó el destino de millones de personas. En Corea del Norte hay un régimen comunista. Es un Estado totalitarista de los más severos del mundo.

El adoctrinamiento los ha convertido en prisioneros de un régimen opresivo. El aparato propagandístico ha sido fundamental para presentar una verdad acomodaticia. La realidad, distorsionada hasta extremos absurdos, les ha impedido a los norcoreanos durante años darse cuenta de que viven en una mentira. Están aislados del mundo. Las restricciones en el uso de la electricidad no solo han causado incomodidades a la población, también han servido para limitar las expresiones culturales. El internet, el cine, los libros, la prensa son medios que pueden atentar contra la trola de quien ostenta el poder.

La hambruna que azotó al país en la década de los noventa llevó a las personas al límite del desespero. Hay historias desgarradoras que Barbara Demick recoge en su libro. En las narraciones de los refugiados norcoreanos que lograron llegar a Corea del Sur, hay situaciones comunes que abundan como: el dolor, la muerte, la decepción, el abandono.

Alguno pudo llegar a pensar que la crítica situación de pobreza extrema daría al traste con el régimen imperante. No fue así. La implacable represión y la vigilancia ejercida sobre cada uno de los ciudadanos y su familia hacía imposible cualquier manifestación de descontento. Es una sociedad de delatores. Todos vigilan a todos. Al gobierno únicamente le interesa permanecer en el poder así sea a expensas del desarrollo de armas nucleares.

El líder único es una especie de Dios al que hay que idolatrar, al que se le debe todo. Nadie puede estar por encima de él. Este cargo de máximo poder tiene carácter hereditario, lo que ha permitido que la autocracia se perpetúe en el tiempo. La relación entre el Gran Líder y el pueblo copia la estructura del fanatismo religioso.

El proceso de adaptación al que deben someterse los norcoreanos que logran huir de su país es complejo, comienza por darse cuenta de que han vivido en una falacia. Tienen que habituarse a las comodidades del mundo moderno. Luchar contra sus sentimientos de culpa por haber dejado todo atrás, lo que incluye, en muchos casos, a los padres y a los hijos.

En la actualidad, la reunificación de la península de Corea en un solo Estado luce como una utopía. En Corea del Sur no deja de preocupar lo que significaría tener que acoger a los habitantes del lado norte.

La situación de Corea del Norte puede ser conocida por una parte de la población a nivel mundial. Pero la realidad es que la gran mayoría de las personas ignoran lo que ocurre en este país. Hay un absoluto desconocimiento de realidades que van más allá de nuestro entorno, así como de sucesos históricos que nos aportarían una visión más fidedigna del ámbito de acción en el que nos desenvolvemos.


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