Delphine de Vigan no decepciona a sus lectores y Nada se opone a la noche (Anagrama, 2021) es una prueba más de ello. En este libro la escritora francesa acomete la audaz tarea de contar la historia de su familia con especial énfasis en la vida de su madre, Lucile Poirier, quien se suicida poniéndole fin a una atormentada existencia.

Cuando se lee la última página de Nada se opone a la noche, el lector sentirá la necesidad de inspirar profundo y esperar que los efectos de la descarga adrenérgica provocada por el cúmulo de imágenes y sentimientos que la autora nos entrega, pasen. Es imposible no estremecerse con las emociones que despiertan las líneas que llevan a un final triste y al mismo tiempo hermoso. Más de uno querrá ayudar a Lucile Poirier. Imposible.

Esta crónica es narrada desde la perspectiva de Delphine de Vigan, algo en lo que la propia autora insiste en reconocer en más de un párrafo. El proceso de escritura, junto a la exposición de la vida de la parentela, son temas importantes a tener en cuenta.

En Nada se opone a la noche quedan plasmadas las relaciones de los padres de Lucile, Liane y Georges, con sus nueve hijos, las características de cada uno de los descendientes, los aspectos que los unen y los separan a unos de otros. Para el lector es ineludible no pensar en su propia familia, en la de sus conocidos, en las personas de su entorno. En las familias siempre hay situaciones que se quieren ocultar, obviar, hacer como si nunca hubieran pasado. Hay hechos atroces que pretendemos tapar con el manto del olvido, peor aún, sembrando a su alrededor el halo de la duda. Pero las manchas feas, no hay forma ni manera de borrarlas, y acompañan a los individuos a lo largo de su existencia.

Lucile Poirier tuvo desde temprana edad una vida atribulada. Siendo adulta, fue ingresada en varias oportunidades en centros psiquiátricos con el diagnóstico de trastorno bipolar.  Su particular silencio se convirtió en la muralla que la mantuvo en un aislamiento que se le tornaba necesario. Desde niña era de una gran belleza física, tanto, que servía de modelo de fotografía para grandes almacenes franceses; al respecto, merece la pena destacar la siguiente frase escrita por la propia Lucile: “Era una niña muy guapa y eso me costó muy caro”

El sufrimiento de Lucile marcó a sus dos hijas, Delphine y Manon. Hay escenas que resultan desgarradoras, otras que inspiran ternura y otras que obligan al lector a reflexionar sobre el dolor humano. Es asombroso la cantidad de veces que no nos damos cuenta de que las personas que tenemos al lado se están asfixiando emocionalmente, que necesitan una bocanada, que se les extienda una mano para que no caigan en el abismo.

La muerte es un tema recurrente en este texto. Es interesante como Lucile Poirier, siendo aún una niña, observa lo que sucede con el terrible accidente en el que fallece su hermano Antonin; mientras se desarrollaban los acontecimientos, Lucile “permaneció retirada, un metro detrás de su madre”. Después vendrán los suicidios, hasta llegar al de la propia Lucile, quien de alguna manera se fue aproximando a él, de forma lenta, pero irremediable.

El personaje de la madre de Lucile, Liane, representa a esa mujer capaz de ser madre de nueve hijos, pero incapaz de ser la madre de nueve adultos. Liane amó a Georges sin condicionantes. No importaba lo que pasara con otras mujeres, ella era su esposa y él su “amado”. Nada estaba por encima de ese sentimiento que había entre ellos, ni siquiera los hijos.

Delphine de Vigan deja claro que por más que se quiera escribir ciñéndose de forma estricta a lo acontecido, no es posible impedir que la ficción permee nuestros pensamientos y aparezca en la escritura. En el proceso creativo el escritor manipulará inconscientemente los acontecimientos, lo que, en vez de acercarlo a la realidad, lo alejará de ella.


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