Hay temas que abordarlos literariamente pueden resultar complicados, porque se corre el riesgo de lastimar al lector y espantarlo nada más empezar el texto. Paola Peretti, con su novela El árbol de las cerezas (Seix Barral, 2019) asume este reto y lo supera con creces. Mafalda, una niña que va perdiendo la visión hasta quedar completamente ciega, a causa de la Enfermedad de Stargardt, es la protagonista de esta historia. El tema de la muerte aparece a través de otros personajes con los que se relaciona Mafalda. A pesar de tratar tópicos tan duros, la obra, paradójicamente resulta hermosa, y eso es posible porque está escrita con gran sutileza.

La autora destaca la madurez con la que los niños asumen sus enfermedades, algo que asombra o sencillamente desconocen muchos adultos. Mafalda llega a la oscuridad absoluta de la mano del lector. En esta novela no hay rastros de amargura, de negación, no hay cabida para los dramatismos; es un canto a la esperanza, a no desfallecer ante la adversidad. Tiene frases memorables, una de ellas es: “−Quien tiene miedo no vive, Mafalda.” No podemos olvidarnos quién es la protagonista.

Los diálogos entre Mafalda y Estella, la bedel de la escuela donde acude la niña, están cargados de la ternura y de la comprensión necesarias para afrontar la realidad por cruda que sea. Desde la perspectiva de lo vivido transcurren las conversaciones de estos personajes.

La pérdida de visión no se convierte en un obstáculo para que Mafalda pueda apreciar la belleza, experimentar el cariño de quienes la quieren, valorar la amistad de Filippo y sentir el amor de sus padres. Se relaciona con el ambiente que la rodea por medio del tacto, de una audición que se desarrolla para compensar la pérdida de la vista. Esa hipertrofia de los otros sentidos es lo que le permite tener un “tercer ojo”. Mafalda descubre lo sublime en las cosas más sencillas. Se aproxima a la naturaleza a través de su gato, Óptimo Turcaret, acariciando el árbol de las cerezas, donde fantasea que está su abuela muerta a quien la une una estrecha relación, en donde en algún momento también estará Estella, en donde quedará parte de su vida cuando la ceguera se apodere de ella.

Hasta para describir la lástima malsana, Paola Peretti, lo hace con elegancia. La palabra “pobrecita”, muchas veces se usa y no se sabe si es para expresar compasión o una chanza solapada. Pero Mafalda, por medio de su “tercer ojo”, puede discernir entre una cosa y otra.

Lo más importante de esta novela, es la interiorización que hace Mafalda de su enfermedad, lo que le permite aceptarla con extraordinaria madurez y establecer cuáles son las cosas prioritarias que necesita para vivir, lo que no dejará de asombrar al lector.


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