La escritura de una novela puede estar llena de anécdotas. Poder enterarnos de los hechos curiosos que se suceden cuando se redacta una obra literaria resultaría sin duda muy interesante. Las historias pueden estar conectadas con canciones; de saber cuáles, podríamos, en un ejercicio imaginario, cubrirnos con la piel del escritor y danzar con los personajes a lo largo de su obra. Poder saborear la fusión sutil, casi imperceptible de dos formas de creación, es una experiencia única que merece ser experimentada.      

La música y la literatura pueden conectarse de diferentes formas. Mientras crea un personaje, el autor puede asociarlo a un tema musical. La melodía de fondo es la brisa, a veces suave y otras turbulentas, que traslada al novelista a ese mundo imaginario en el que los personajes van desarrollándose igual que niños que crecen hasta alcanzar la adultez. Con los ojos cerrados, el escritor puede escuchar la sucesión de sonidos modulados que penetran sus oídos y tener el privilegio de ver una casa antiquísima o una vivienda de amplios ventanales, un elegante salón o un espacio descuidado a punto de desplomarse, de viajar a través del tiempo, hacia adelante o hacia atrás.  Las composiciones musicales pueden envolver con sus notas a personajes que se aman o se odian, pero ese secreto solo lo sabe el escritor. Son las manos de quien escribe el que nos entrega esa simbiosis de música y literatura. ¿Cuántas obras han sido escritas de esta forma? Son datos que un escritor puede reservarse para sí.

Es probable que se tienda a asociar la música clásica con la literatura, puede haber cierta razón en ello; tal vez, porque somos propensos a representar en nuestras mentes a los escritores escuchando a Mozart, a Beethoven o a Bach mientras hacen sus creaciones literarias; no es una idea descabellada. Pero cuando se escribe todos los ritmos tienen cabida, desde la bachata hasta el merengue, la salsa, el flamenco, los boleros, las baladas. ¡Cuánta fuente de inspiración! En esos tipos de música también hay evocaciones de amores y desamores, de pasiones desmedidas, frustradas, hay remembranzas de sucesos históricos. Todas las melodías pueden tener cabida a la hora de escribir, según sea la situación. Escuchar una composición musical es una oportunidad de hurgar en nosotros mismos, en remover esa parte de la memoria que puede estar adormecida y que nos deparará el despertar de emociones y sentimientos que conforman parte de nuestra vida.  

Pero podemos hacerlo de otra manera. Los lectores tenemos la opción, mientras leemos una novela, de asociarla a alguna composición musical. Sería un ejercicio interesante, una doble forma de disfrutar.

Georges Braque (1882-1963)

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