En la primera parte de La hija de la española (Lumen, 2019) la escritora Karina Sainz Borgo describe el contexto en el que está ambientada la obra y que no es otro que la actual situación venezolana. Esta parte inicial es importante, porque explica las actuaciones de los personajes. A medida que se avanza en la lectura, la densidad narrativa va en aumento. Sainz Borgo usa un lenguaje que conecta de forma directa con el lector.

La aniquilación ética, tanto individual como colectiva, por un sistema político queda plasmada en La hija de la española. La degradación moral se incrusta de manera inevitable en cada uno de los personajes como la única forma de sobrevivir en un ambiente descompuesto del que ninguno se salva. La metamorfosis social hala a los individuos hacia su centro, igual que un remolino.

Los personajes, sus acciones y las descripciones están cargadas de simbología. Entre otras, la autora describe una casa en Ocumare de la Costa, una construcción bonita, moderna, que está sumergida en el abandono, llena de maleza y que representa el país que Venezuela pudo haber sido y no es; una idea recurrente que se explaya a lo largo de la narración.

Las menciones que hace al sol, a ese sol del Caribe, que tanto significa para quienes hemos nacido o vivido en esa región, está cargado de una nostalgia que se debate entre la tristeza y la alegría. El personaje principal experimenta un sentimiento de odio hacia un país al que ya no pertenece, un país que le resulta extraño, donde el miedo y la muerte danzan por sus calles impunemente, un país que la expulsó sin previo aviso.  

La hija de la española que llega a Madrid es una venezolana más que, como tantos, ha tenido que darle un portazo a su vida dejando encerrado en un baúl un pasado que ahora se le torna inexistente. Ella es la diáspora.

En esta obra los personajes sacan lo peor de sí para sobrevivir en las condiciones más adversas; apelan, de manera automática, a los instintos básicos de cualquier depredador.

Es interesante que en las primeras páginas la autora menciona una frase del siempre célebre Juan Gabriel Vásquez: “Uno es del lugar donde están enterrados sus muertos”. A continuación, Sainz Borgo escribe: “… entendí que mi único muerto me ataba a una tierra que expulsaba a los suyos con la misma fuerza con la que los engullía. Aquella no era una nación, era una picadora”.

Aún, cuando la escritora deja claro que La hija de la española es una obra de ficción, hay que destacar la valentía de Karina Sainz Borgo, no solo por escribir la novela, sino por la forma sin ambages en que lo hizo.


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